lunes

where or when


Nosotros vamos a veces a encontrarnos a solas. Y siempre pensamos que el tiempo es poco; que los hoteles deberían tener libros, sillones y mates para compartir. Sabemos que lo que sucede allí adentro es nuestro y que se va con cada uno cuando retomamos nuestras vidas. Queda en nosotros como  recuerdo, como páramo gustoso que no se puede contar por escasez de palabras. Y nos gustaría que la pasión fuera lo único. Pero no nos deja chance: nuestros cuerpos buscan de a ratos el abrazo cómodo que salva. No nos queda otra que sucumbir ante la ternura y encontrarnos vulnerables y sorprendidos. Podemos a veces transpirar, llenar de sexo una noche, morir, volver y morir. Podemos luchar despiertos sobre el deseo que nos tenemos, aspirar hasta el último de los aires posibles y resucitar.  Sé, no lo decimos, que pensamos de a ratos en la vida. En lo que quedó afuera. En lo que espera afuera de ese cuarto bello e inmundo. Donde otros cuerpos rieron y dolieron antes. En el entreacto nos ocupamos de reflexionar, y vienen autores, poetas, actores a justificar el sentimiento. Ninguno lo dice, pero tenemos un pequeño enojo con el mundo. Estamos tantas veces a punto de decirnos frases universales. Tantas veces a punto de entregar el traje. Y nos da miedo, y enseguida pensamos en otra cosa, buscamos la excusa que ninguno se cree.  Y así seguimos, estupefactos, creyendo que nos sucede lo irreversible, pero así es la vida, viste. Entonces sonreímos para evitar el temor. Es como un saber tácito medio angustioso y medio feliz. A veces entreabro mi boca y tomo aire para decirlo. A veces lo hace él y yo me doy cuenta. Y lo dice con los ojos, porque los cierra un poco, como si algo le doliera adentro. Sé que lo que nos tenemos es algo que se parece al cariño o a la guerra. Sé que él sabe tanto o más que yo acerca de esto que sucede. Lo evitamos. Y nos lo perdonamos porque de otra manera sería terrible. Los hoteles quedan un poco desordenados luego de la búsqueda en las sábanas. Entonces la vuelta nuestra es siempre silenciosa. Subimos al autobus y no conversamos tanto. A veces a mí me dan escalofríos y me retuerzo por el recuerdo reciente de su piel. No lo disimulo, pero él no dice nada, ni se sorprende. Nos tocamos la mano apenas. Miramos los semáforos.  Supongo que intentamos bajar los niveles de la ternura, para que no duela tanto porque la noche es larga. En sus ojos queda algo de esa habitación calefaccionada, y me da miedo mirarlo mucho. Entonces nos vamos, nos despedimos con más incertidumbres que antes. Con más temores. No sé  por  qué lo hacemos cada vez, si la despedida es tan triste. Pero la próxima, sabemos, será como si la anterior no hubiera sucedido. Será esperada y planificada. Con las pieles renovadas y el ardor. Y la mueca de lo que no podemos decirnos. Y los intervalos. Y el abrazo áspero. Y la tristeza. Así, hasta que toquemos el  fondo de cada una de nuestras camas. Y nos tengamos que despedir de verdad.