 Muchas veces se ríe. Demasiadas. Trepa alto con las risas de quien respira los verdaderos soplos del mundo. Se cuelga del techo con su risa y cuando baja me abraza. Con los restos y gemidos finales de su carcajada yo me cubro la cara. Y lo miro soltar palabras y pareciera que las canta. Cuando habla deseo ponerme debajo de cada letra que su boca desprende y sentirlas caer sobre el pelo.
Muchas veces se ríe. Demasiadas. Trepa alto con las risas de quien respira los verdaderos soplos del mundo. Se cuelga del techo con su risa y cuando baja me abraza. Con los restos y gemidos finales de su carcajada yo me cubro la cara. Y lo miro soltar palabras y pareciera que las canta. Cuando habla deseo ponerme debajo de cada letra que su boca desprende y sentirlas caer sobre el pelo.Una M grande que dice y deja resbalar, una M sonora y simpática que a él se le ocurre gritar. Me gusta que me nombre. Me gusta nombrarlo.
Me sorprende a cada instante saltando, ocultándose en rincones tan míos que no había tenido. Yo lo miro pasearse antes de cada acción y me sube con él. Me Mareo. 
Quiero alcanzarlo de a ratos y retenerlo en alguno de mis abrazos, pero la inmensidad no entra en brazos. Desisto.
Vuelve con puñados de sol para el desayuno. Ese mundo que me entrega a cambio del mío me emociona. Lo miro. Lo quiero. Lo miro: tengo ganas de decirle eso de la bahía linda y generosa. Y que no se vaya.
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(Dibujo de Quint Buchholz)
