Él resultó ser un libro de autoayuda. Barato, de tapas blandas. Un recuerdo vago de los amores púberes, un catálogo de productos de limpieza. A él se le vuelven baba la palabra y las formas, se hunde en su propio miedo, él es su propio atentado, su músculo atrofiado.
Ni sospecha, ni imaginación, ni cuentos. Se deshace como cubitos en el vaso. Con esa rapidez, con ese anonimato. Se esconde detrás de sus recetas para vivir mejor y morirse menos. Su control lo vuelve un perro, una garita de colectivo, una casa abandonada.
Su mejor reflejo es el de sí mismo, hablándose. Su cuerpo es de otro, inmanejable y vigilado.
Por suerte las expectativas se van corriendo, se quitan de encima de él. Ya nadie espera que se apasione. Ya no espero que se vuelva otro. Medito un largo rato y parto, como siempre, como tantas veces, hacia el mundo de los seres arrebatados. Hacia donde los hombres danzan y se acuestan con sus propias pasiones y las comparten con mujeres como yo.
El mundo de los seres arrebatados.
ResponderEliminarCiertamente el mundo de todos los que soy.
El mundo de los precipitados también, será?
Y bueno...
ya nací así y viví mucho de mi existencia poco arrebatado y muy prudente.
Se terminó.
Hace años que cargo mi tambor
y hago sonar cada pedacito de mi montevideaneidad con él.
Un abrazo,
Bienaventurados los arrebatados.