sábado

Mirando el verano desde el invierno





Quiero ser el verano. Quiero transformar la escarcha en médanos y perderme en el sol. Acariciar la trama de un vestido liviano y violeta. Quiero caminar descalza sobre una arena que me copie y hacer chirriar los dedos contra esa espesura brillosa y marina. Quiero que el agua que viene de arriba sea un alivio, que haya tormenta corta, refrescante, auspiciosa. Quiero ser un cielo primero y abierto, donde solo haya una línea donde bajen los barcos y nos recuerden lo redondo del mundo. Quiero sentarme y que el tiempo pase como el viento enfrente mío; que el paisaje sea todo lo que tenga al alcance. Quiero respirar profundo el aire tibio que deja el sol de las seis de la tarde. Quiero el cobre, el azul, el dorado de la piel caliente. Quiero la música del verano. Quiero a mis ojotas como único calzado posible. Quiero tocar una pared caliente y pasar mi mano hasta que se termine en una enredadera rugosa y verde. Quiero madrugada de verano, cielo negro salpicado por esas concreciones que son las estrellas y una corriente que venga de algún punto de la casa, para decirme que el viento nocturno es la canción de cuna del amor y de los niños desvelados. Quiero que me pique la nariz en un bostezo de citronella, que allá a lo lejos hayan prendido un fuego que me llegue en forma de apetito por el balcón. Quiero levantarme otro día, respirar profundo, que todo sea verano afuera. Que me posea el verano, que haga de mí lo que quiera, que me transforme en cuerpo cetrino y liviano. Quiero que mi alma sea cobre. 
Quiero decir enero con todas sus letras. Enero. Quiero tomar enero, servirme enero, respirar enero, jadear enero. Quiero ser el verano, quiero ser ahí donde los caminos son más cortos, las palabras son más llenas y los cuerpos son más exactos. Quiero ser la sal: eso que es anterior a mí y que me sobrevivirá como elemento sagrado. 

Mi cuerpo concebido en el verano me llama. Me promete tereré, me espanta el resfrío, me cura de los silencios del invierno que son, como los silencios de Perséfone, los silencios de la tierra infértil y sin sol.



martes

diario

Odio mi calefón
lo odio tanto 
como odio la vez siete que se apaga
como odio el piso frío
como odio la gota que baja del omóplato hasta la espalda
en segundos ralentizados
por aquello de la relatividad del tiempo
como odio los dientes de mi gata
cuando odio
como odio su afilada manera de hacerme saber
como odio las esperas
como odio las colas
como odio mis cordones
los verbos mal conjugados

odio los murciélagos como amo los libros nuevos
tanto como amo los puntos cardinales
como amo los vestidos
como el café con leche, amo
como amo el crepitar de cualquier fuego
como amo el sol
y su olor, el sol
como amo la espuma
del mate
como amo los horizontes de las ventanas
como amo las aromáticas
de cualquier camino
como amo los bordes
de las ciudades
como amo 
las hamacas
como amo las excepciones
de todas las reglas