Se me va la palabra y la veo irse con certeza soberbia. Viene el río, viene la hermosa elipsis de los besos tibios, el rayo que ilumina mis zonas inhóspitas. Se me van las formas y quedo a merced del tiempo alterado de las profundidades, ese que se parece a nada. Que se traza y se desboca según un viento denso y desconocido que me deja vibrando. Se me va la palabra y no me inquieta.
Me queda un silencio lleno de partes lumínicas que se empeñan en permanecer. Me quedan restos de cumbres frenéticas en las que identifico una felicidad que cabe en una mochila o en una maceta de mi balcón. Se me va la palabra y no la persigo. Viene con buenos augurios y quietud sobre el río de noche. Viene en forma de ardor en los dedos. Viene brillando sin nombre desde las profundidades del océano. Allí donde todo puede ser, aún sin ser nombrado. Y resplandece.
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maréese un rato, maréese