Es un misterio. Sospecho que lo que siento por el mar no tiene correlato con algún tipo de palabra que alguna vez se haya inventado. Sólo se explica por el silencio. Y ese silencio que deja abiertas tantas explicaciones como sean posibles, a veces se puede llenar con un poco de “ah... hhhh...” “zzzzzzzz” “fffffffffffff”o simplemente “mjm”. No tiene sentido, en absoluto. Y tampoco tiene sentido todo lo que yo pueda escribir aquí sobre el mar. El intento de hacerlo está movido porque no he podido dejar de soñar con paisajes marinos desde hace mucho tiempo. Es el sueño que tengo casi todas las noches. Insiste. A veces estoy caminando en la orilla y la marea es tranquila. Otras tantas me enfrento al infinito del agua con olas monstruosas. El mar es oscuro, con un montón de secretos en lo profundo, con un montón de cosas que no sé y con la certeza de que nunca las podré ver. Porque ese mundo en movimiento que es el mar está más allá de mí, colocado justamente en esa inmensidad soberbia que no me quiere revelar, y yo no se lo exijo, porque está bien, porque soy esta que está acá, sin ese poder abrumador de arrastrar cosas. Porque puede él como nadie moverse con la luna y entenderla. Y yo apenas lo miro acercarse y alejarse en sincronía con el cielo. Yo que no soy nadie.
Pero en los sueños, en la mayoría de ellos, siempre estoy yendo hacia el mar. Es un ir ansioso. Lleno de ganas por verlo y concretar ese vendaval que es para mí la contemplación. Me estoy preparando para ir al mar siempre, con mis ojos ávidos de él, con la necesidad de sentir el aire áspero y violento de las costas. Y de que mi cuerpo cambie y la piel se vuelva amigable y salina y mi pelo se llene de nudos.
Y el caso es que en los veranos, cuando la ida al mar es concreta, mi cuerpo explota y la calma viene de a poco a medida que pasan los días y yo puedo mirarlo y reconocerlo una vez más. Porque me subyuga su poder y lo veo rugir frente a mí inalcanzable y resuelto. Y querer seducirlo es tan imposible que lo hago una y otra y otra vez. “Soñé todo el año con vos” y voy a seguir soñando cuando me vuelva a la ciudad.
Regreso siempre con la sensación de no haberme podido despedir. No sé qué se hace en realidad. No sé cómo administrar estas ganas que después voy a tener, cómo guardarme hasta el último aire marino en la mochila. (Porque después de todo sé que los recuerdos que tengo del mar durante el año no son del todo lúcidos, no siento su olor, ni su sonido). Y el año lleno de obligaciones no es más que un letargo, una espera, hasta que regrese a él y vuelva a ser esa que tanto me gusta.
Sé que todo esto no describió en absoluto lo que siento por el mar. Dudo que algún día pueda hacerlo. Quizá hasta estas palabras ya tengan otro sentido cuando ponga el punto final de este texto y el agua y el tiempo las haya arrastrado. El mar es eso.