Ya está, ya está. Si yo le dije que no nos viéramos más, que no me escribiera. Ya está, listo. Dejo el celular en la mesa y me olvido, me olvido.
Aunque sea un “estoypensando” o “estoypensando en vos...” no, no. Encima con puntos suspensivos, no. No seas kamikaze.
Un “hola”.
Qué te pasa, nena, un hola se parece más a un llamado de auxilio que a una frase resuelta. Y si es eso, un hola, nada más, estoy pensando en vos (ahí va de nuevo) y nada. Sólo tengo ganas de volver a tener la posibilidad de escribirte y que esa posibilidad incluya a la vez la sopresa de que me podés escribir vos en el momento menos pensado. Qué lindo eso.
No, tampoco.
Pero un miércoles, por ejemplo, dejaba de ser tedioso y en medio del ruido ese de la ciudad a las seis me llegaba un “hola” que, aunque ajustado, me suspendía el tiempo y me empujaba hacia otro, más frenético pero agradable, que me hacía olvidar de que todos nos íbamos a morir en algunos años y de que tenía que pagar la luz. Despues volvía, sí, como si nada. Seguía en mi condición de mortal, urbana y sudaca a lavar los platos y escribir noticias.
Entonces “Hola. Escribime para sacudirme un poco esta grela que es la vida diurna. Para contarme que estás deviniendo otra cosa y que te abruma lo mismo que a mí”.
No, eso es muy explícito. Y no acostumbro.
Dejo el teléfono ahora en el escritorio. Ya es de noche. Listo, un día más manejando la voluntad. Ya va a pasar.
Me acuesto pensando en todo lo que quiero decir. Me quedo con la pica. Qué feo es quedarse con la pica. Porque pica. Me pregunto cómo hacen los que toman decisiones y las sostienen. Cómo hacen las monjas, los que se casan, los que deciden escalar el aconcagua, los testigos de jehová que tienen que predicar el mismo verso todos los días de su vida. Me duele el cuerpo de pensarlo.
Juego con el teléfono mientras pongo veintiocho alarmas para el día siguiente. Mientras escribo, para acordarme: “mi gran problema es la fuerza de voluntad”. El dedo reacciona solo, apreta “enviar”. Y antes de volver a la realidad y poder fijarme a quién carajos le fue mi exabrupto, me llega un mensaje de “mamá cel” que dice “ya lo sé, hija, hasta mañana".
Si este lugar fuera uno, y fuera un río, me vería reflejado a menudo en estas orillas taxativas, elocuentemente desorientadas.
ResponderEliminarA veces, breves renglones del marrón oscuro que ha elegido se convierten en subtítulos de algo cercano, en índices de lo que va siendo.
(Y de pronto, me tomo el atrevimiento de pensarla en voz alta, y de que existe una depresión que no es una interpretación negativa de la realidad, pero que tampoco es la expresión de expectativas exageradas ante la vida: es más bien la expresión de un anhelo por otro mundo; de que aquí no se sabe lo que se quiere, pero quien puede decir con aplomo que lo sepa, si no hay nada más difícil de ser que ser humano y si quien tenga el hábito compensador de disfrutar de la critica no puede ser indiferente a eso de Thibon de que uno de los signos cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones donde solo hay contrastes)
Entonces vuelvo de repronto. Y simplemente me encuentro leyendo, mientras me escribís, mientras me leo a veces.
Cambio la mirada, el enfoque.
Veo mi reflejo en la pantalla...
Se produce la única metáfora. Literalmente.
-Pd: su madre es una genia. Con todo respeto-
no sè còmo hacen, los que sostienen decisiones, pero por lo pronto me encanta compartir mis (in)decisiones con ustè, mar. al final de nosotras siempre la risa, que bueno eso.
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