jueves

el gerundio más difícil

Yéndose si querer. Sin querer irse. Alejándose por el camino ya andado y descubriéndose distinta. Yéndose a paso lento, por las dudas y por las sorpresas.
Bajando las escaleras, sacando un saquito de té de la caja recién pintada y ordenando emociones mientras se calienta el agua en la soledad que tienen todas las cocinas a las dos de la mañana. Apurando el paso porque aparecen más palabras que decir en ese texto. Muchas más palabras que decir, aún después de pensar que las había dicho a todas y que había explotado los márgenes del lenguaje en una supuesta guerra de posibilidades y derrotas.
Continuar alejándose buscando una canción en el reproductor y dando con Herbie Hancock en un piano sutil y una damita que dice It was the hexagram of the heavens, It was the strings of my guitar. Alejándose del modo que se puede, escuchando la conversación entrecortada de los que están abajo de la ventana ah, no sé, yo ya te dije, gil. ¿ahora qué vas a hacer? No sé, no sé, quedó en llamarme, pero ya son las dos y media. Quitándose con gusto los restos del día, una crema, un pijama, un libro, un reloj. Y buscando el sueño para irse mejor por un rato. Yéndose de nuevo, al otro día, descubriendo que sigue en blanco y negro la vida y nada la cambia por ahora. Dándose cuenta de que no hay feeling con el muchacho que acaba de conocer. Que ni siquiera la malicia lo salva y hace preguntas bobas, que no la llevan a donde ella quiere ir. Y que la conversación lo deja inerte, blandito, aunque ella insista con furia a que sí, a que sí.

(a—¿sos romanticona?

b—no, no soy romántica, preferiría hablar de otra cosa...

a—¿preferís hacer el amor o tener sexo?... ¡qué pregunta, eh!

b—prefiero que te vayas

a—¿a qué te referís?

b—te llamo un taxi)

Alejándose de la manera que no conoce aún, yéndose con todos los recuerdos ahí, en el hipotálamo, golpeando cada surco por donde la piel se escama. Amaestrando a los perfumes que vienen a complicarle la noche y a todas las imágenes de todos los cuartos. Yéndose como puede, como debe ser: con toda la sangre en contradicción y la sensación siempre falsa de morir.

domingo

Esperando el cambio de paradigma

-El rato en que el equinoccio de otoño le juntó las manos y supo escribir así-

Que no se me haga tan difícil esto de decir mi nombre. No buscar ser anónima en la calle. No querer pasar desapercibida. No ponerme más esa remera negra. Cortarme el pelo. Teñirme de color rojo. Prender la luz. Abrir la ventana. Dejar de pensar un seudónimo. Poner mi nombre en un libro que acabo de comprarme. O dedicar un libro que acabo de regalar. Firmar un correo. Sentirme libre. Tomar el tiempo que quiere el sexo tomarse. Quedarme en silencio. Que ahí diga que soy yo. Salir de la metáfora: los mates metafóricos, las camas metafóricas, los cuerpos metafóricos, esto tan metafórico, el tiempo metafórico. Quiero ser literal. Llamarle a esto angustia. Y que te vayas por esa puerta hacia el ocaso del signo.

martes

El silencio desde donde la música es posible

Silencio este que grita cada vez más fuerte. Hijo del deseo silencio morboso. Silencio maricón que le cuenta a los cuatro vientos del litoral que no se las aguanta. Silencio este por donde todas las posibilidades son ciertas. Por donde las palabras hacen lo que quieren y significan. Y este cursor titilante que me exprime la cabeza. Que me llena la lengua de personajes miserables. Estos sujetopredicados cagones que no se dejan enviar y me llenan la casilla de borradores.


domingo

Metamorfosis

Hace un tiempo escribía sobre la metamorfosis. Sobre la necesidad de dejar de ser crisálida y de subirme de una vez a mis ganas ciertas de vivir. La transformación se hizo: Soy mujer asombrada. Tengo la conciencia absoluta de los momentos. Me toca el otoño y se me eriza la piel. Tengo la risa, la increíble risa. La música me violenta y de la garganta salen sonidos amigables y necesarios. Tengo la pluma que quiero: las palabras se dejan ver con la simpleza y la complejidad de un espejo. Ahí está la soledad, esperandome, amiga, por las noches para imaginar miles de escenarios exagerados y florecidos. A la luna mirándome, a mis libros abrigando la vigilia y a los que escriben, que se empeñan en apalabrar a estos paisajes. Y tengo el llanto, el antiguo llanto que me salva. Y este espanto que me quita el sueño.

El mareo ahora es el signo del movimiento. No me asusta. La metamorfosis termina y empieza otra cuando me veo las primeras alas, que me deja en otro lado, recomenzando, siempre. Y qué lindo: Nunca llego a ser mariposa.