Cuando terminé de leer la noticia en el programa, de que iban a eliminar ciertas palabras del diccionario por haber caído en desuso, comenzó a sucederme algo extraño. Una necesidad casi compulsiva y política de manifestarme en contra. Me sentía como Felipito Tacatún, cuando encerraron en una cajita con candado la Plapla que había escrito.
Porque bailaba y “las letras no bailan”.
Yo he visto palabras bailar, he visto palabras insistentes. He visto palabras hostiles que prefieren quedarse adentro y palabras que abandonan el papel cuando se cansan de ser leídas. A mí que no me digan.
Todos sabemos que el significado de las palabras no está en el diccionario. Pero el diccionario es el libro más consultado, después de la Biblia (porque para entender lo que dice la Biblia, hay que usarlo con frecuencia inusitada).
Entonces, las palabras que no estarán en ese diccionario, no existirán.
Quedarán vivas en algunas bocas que las seguirán profiriendo, gritando, susurrando. Hasta que desaparezcan por muerte dudosa o de silencio.
Hay gente que salva ballenas o limpia pingüinos empetrolados. Yo apadriné una palabra en extinción, frente al rechazo de un profesor, que insistía en borrarla de mi hoja.
Guiñarle el ojo izquierdo a las palabras
Restaurar sus huecos de primavera triste
(esos que le dejó el poeta cuando dolían)
Darles asilo cuando la Academia venga a buscarlas
Por obsoletas
Improductivas
Porque bailan y no se puede
Por irreverentes
(Porque el diccionario le teme al infinito. No puede subyugarlo. Le teme)
Parece ser hora de ofrecerles una habitación con vista al mar o a la vereda. Guarecerlas.
Y bailar tregua y bailar catala
Dejar a su disposición
Café escaleras caramelos
Hasta que el universo se amigue con lo que no se mide.