Y es que son siglos de ceibos que no caben donde me voy. A vos que te prendés del pelo, te sigo con la mirada, Paraná castaña. Sos un mundo minúsculo de calles que terminan en jacarandaes suicidas que cortan caminos de cara al río. No puedo sacarte de mi cabello, te dije, Paraná verdusca y malhablada. Si te desbordan azules, ciudad absurda, y mi bicicleta los guarda en cajitas de ombú que aún conservo.
Me llevo tu llanto de sauce, tu guarida de media tarde. Tu recuerdo de mar. Me llevo tu deriva en esta valija llena de esquinas que suelo ser cuando me voy.
Cuando pregunten no podré hablar de vos. Y un nudo en la garganta me trenzará la palabra. Diré apenas que sos un camino sinuoso y azul.
Y que llorás agudo, para no morir.
Con la boca cerrada, bajo el agua,
viene el túnel hundido cual lampalagua
cuando salga a la orilla paranaense,
entraremos al pulso de la corriente.
(y en el colmo del colmo su geometría.
asomada a los techos la lejanía).