Abrir el archivo que dice “Tesis 4”. Observar alrededor.
Mirar hacia el sur a través de la ventana. Preguntarme qué estarán por
construir allí, donde una mole de hormigón se levanta a ritmos acelerados los
días de semana. Ver la quietud del edificio desplumado un domingo como hoy, sin
obreros y sin vida. Preparar el mate. Tener miles de segundos el ojo congelado
en la espuma que deja el primer chorro de agua. Regresar al a computadora. Buscar una
receta de pasta frola. Recordar que hay harina integral.
Encontrar como un tesoro brillando al fondo de la red, un
texto de una mujer hermosa, esposa de Eloy Martinez. Dice que el periodismo
narrativo tiene su propio origen, sin herencias norteamericanas, y que hay un
libro que se llama “De la invención de la crónica”, que promete ser
maravilloso. Darme cuenta que me arden los dedos por seguir escribiendo,
citarla, ponerlo en la tesis.
Seguir con la receta de la pasta frola. Dos huevos, aceite
en vez de manteca, porque no hay. Dulce de membrillo con un poquito de licor. La
masa es como una pasta. La acaricio, la moldeo, pienso en la vida, en su
metáfora. En lo poco que me gustaba cocinar últimamente. En lo mucho que me
vuelve a gustar ahora. En lo que significa la comida, en mi madre.
Seguir escribiendo, mientras todo queda en suspenso en la
cocina. Mirar a la gata. Poner en una playlist que se llama “Lazy
Sunday”. Sonreír. Darme cuenta que acabo de inventar un verbo. Ebullicionar. Lo escribí con la seguridad de los mejores. Ebullicionar.
Para decir qué la puse. Si no existe habrá que inventarlo, es muy bueno.
Minimizar el archivo “Tesis 4”. Abrir el mail de la
directora, donde me dice que no puedo poner a García Márquez a la altura de
Leila Guerriero. Por las edades, supongo.
Ver en la bandeja de entrada que marcado como “no leído” hay
un mail de Rosa Montero donde me dice que si no consigo el libro suyo que ando
buscando, ella me lo manda por correo. Sonreír. Tener ganas de
contarle que ayer leí un capitulo de “La loca de la casa” que ya había leído antes,
pero no había entendido, porque era muy joven y porque el amor todavía era cosa
simple y sujeta.
Seguir con la pastafrola, darme cuenta que la harina
integral es más oscura de lo que pensaba. Pensar en los panes negros de los que habla mi abuela cuando habla del peronismo y su aversión por ello y en las masitas que compró la Tata en la esquina donde vio pasar a Evita, y su amor por ello. Escuchar el silencio que dejó la
playlist y disfrutar el silencio. Qué lindo. La soledad. Qué linda cuando es
linda.
Meter todo en el horno y regresar a la computadora. Incluir una cita
que no tiene nada que ver, pero que me gusta. Querer escribirle un mail a mi
directora diciéndole emocionada que encontré el quid de la cuestión. Que creo
que lo tengo. Abrir un documento nuevo. Ponerle “Lazy Sunday”, y comenzar
escribiendo: abrir el archivo que dice “Tesis 4”.