jueves

Lo que queda del amor

Lo que queda del amor es una estufa rota. Un libro a medio dedicar. Una taza sin nombre y  sin asas. Una canción doliente. Ya todas las poesías y todas las músicas del mundo hablan de lo que queda del amor, pero yo necesito hablar de lo que quedó del nuestro. Porque es un hueco acá en medio de mi pecho, que antes era puente. Ya no te amo, es cierto. Pero alguna vez fuiste mi brazo, mi mano, mi pie, mi amor de adulta. Y te lo dije mientras te dejaba  y tu dolor me robaba todas las palabras.
Pero mi dolor no fue. Era, pero no fue. No podía ser dolor, no podía ser llanto. No podía andar como vos, por la calle y a los gritos diciendo que me dolía el amor. Que el amor me tajeaba la cara como el frío. Mi dolor no valía. Mi dolor fue de domingo. De agujero a las siete de la tarde. Mi dolor fue mudo y solo. Como correspondía. Como dicen que corresponde.
Hoy que junto tus cosas para que alguien te las lleve por mí, pienso en todo. En la obsolescencia de estos objetos. En estos libros secos, en estas dedicatorias extintas.  
En esta bolsa no caben muchas cosas. Los amigos ya optaron por ser tuyos y lo acepté con una obediencia mansa y silenciosa.  A mi silencio lo llenaron de hijaputez, porque así dicen que es el silencio: otorgador de cosas y de sentidos. Lo que queda del amor es algo seco, innecesario. En la bolsa meto esquirlas de una colisión, un dolor injusto, de una tristeza larga que no me suelta.
Y meto rabia.
Miro la bolsa como una elipsis. Meto un mensaje de silencio que dice que esperaba recuerdos tibios que hablaran de quiénes fuimos. Que hablaran de los verdaderos, de los dos que sanaron, de los que aprendieron y amaron y multiplicaron y construyeron y que ahora habitan en otros amores, diferentes y hermosos. Pero no hay nada en este dolor arrinconado que hable de nosotros. Pienso y lloro y me despido llorando un llanto viejo y tarde. Me abrazo a la Mariana que te quiso tanto y lloro. Pienso que es injusto y mezquino para el amor del mundo que lo que quede de ese amor sea esto.
Yo lo suelto sin odio y con la ilusión de que Lavoisier tenga razón. Y este amor se transforme en pan o en libros, o en una canción de cuna para los niños solos.