lunes

Los viajes que trajeron a otros



Hubo un año que empezó en el mar. Que se acunó con la intermitencia de un faro que vigilaba las olas desde las alturas. Nosotras fuimos buscando al mundo que existe al otro lado del río, viajamos a confirmar nuestras sospechas, a dinamitar nuestras cegueras, sin imaginar que volveríamos siendo otras.

Nuestros nombres se ablandaron con la brisa y los dejamos caer sin importar si los recuperaríamos algún día. Una ceremonia con velas, una carne a la parrilla, un encuentro con Ana Prada, un perro llamado Tirifilo y dos canarias nos tendieron el mate en el momento justo en que empezamos a notar que no estábamos solas, que eramos paisanas escribiendo las mismas historias. Que el mundo es chico si uno lo mira mejor y que los encuentros están listos a ser descubiertos si uno se deja.
Anduvimos por la costa acompañando el vaivén de las aguas y las ganas de nuestros cuerpos. La música marcó el pulso del camino y llegamos al Cabo estupefactas. El paisaje nos murmuró algo que ya sabíamos y nos hizo temblar los recuerdos que guardamos desde una infancia inventada. En las retinas quedó para siempre el Cabo en crepúsculo y en compañía.
Bajo la vigilia del faro de Santa María aprendimos a bailar el 2 y 1 y creímos en la fugacidad del amor de los anfitriones, que nos tendieron la mano para caminar sobre una rambla desconocida al amanecer, nos dieron besos nuevos como peces tibios y quedaron en el nunca siempre de nuestros cuerpos.
Curamos las penas con la marea alta de la noche, con el fuego, con la arena. Tuvimos el viaje en las venas, fuimos Ulises, las sirenas, Penélope y los cíclopes de a uno a la vez y todas las veces. De la espuma salieron nuestros nombres olvidados, nos curó la piel con manos de sal y nos dejó ir hasta la próxima.
Como tormentas en suspenso volvimos a Montevideo. Supimos del marco de agua que es el río a un lado y a otro de la calle, del art decó del palacio Salvo y sus habitantes presuntos. [En la playa de Pocitos dejé un poco de mi piel quemada y accidentada e inauguré nuevas sensaciones que el dolor y el amor aún no habían puesto sobre mí].
Fuimos pasajeras, permanentes, exultantes. Entendimos de qué venía la vida. La llevamos hacia los terrenos de la fe, el viento y los abrazos nuevos. Aceptamos el devenir porque ya éramos otras, esas, las de la mochila al hombro y el cuerpo listo.