jueves

Una noche, María Elena se quedó sin sombra



“Mirá... ésta es la última vez, sombra desgraciada. Garabato de mí sin permiso. No voy a seguir buscándote. Me cansé... Ah, los zapatos te los podés dejar, sombrita sin importancia. Después de todo, no me hacés falta: mi lugar en la cama se ha ampliado enormemente y el café me dura más. No me interesa que el ascensor no me reconozca, he redescubierto las escaleras y puedo darme el lujo de subir los escalones pisando sólo los impares, sin tener que verte a vos jadeando de cansancio.
Me he acostumbrado, crepusculito nimio, a la liviandad.
Te habrás enamorado de algún caminante falto de nube negra. No me importa.

Que te garúe finito.
María Elena”

Le dejé la nota en la parada del colectivo. Esa esquina guardaba despedidas y cigarrillos sin terminar. El papel estuvo allí por dos días, luego desapareció. La vida sin mi sombra era incompleta, (pero dada su condición femenina, decidí parecer inquebrantable, como hacen los hombres sin alma a las mujeres en busca de). A los varios días, el portero de mi casa, luego de su habitual comentario acerca de mi delgadez con ojeras, me entregó una carta que alguien había dejado para mí en el buzón equivocado.


Una vez que salen de uno, los personajes se van como las sombras a pasear quién sabe por qué mundos.
A veces regresan, dispuestos a que continuemos con el cuento y a que sigamos garabateando formas de apresarlo.
A veces se van, como María Elena.

Estamos condenados a esperarlos.

miércoles



Respirando lo que la ciudad ofrece como aire.
Revolviendo esquinas que doblan tan rápido.
(y se me va la calle pensando qué decir...)


"Le comenté: -Me entusiasman tus ojos.

Y ella dijo:-¿Te gustan solos o con rimel?

-Grandes, respondí sin dudar.

Y también sin dudar me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Angel González".


A veces puede la ciudad del malamor sorprenderme.
El papel habita el bolsillo izquierdo. Todavía.

domingo

Lógica del tiempo




El trató de retenerla. El nudo en la panza de los primeros cafés había regresado, ahora para calarle la ausencia.

Ella no estaría para detener sus impulsos de salir corriendo

No estaría abriendo las ventanas, ni frascos de mermelada

—El peine que nunca usa, lo tiro...
los espejos, los libros, la plantita de pensamientos—.

El la sacó de su vida. Ella se dejó salir.

La pensaba, algunas tardes, con la pesadumbre de hombre solo
y descalzo.

El último regalo es absurdo. No lo necesita

Ella ha escrito su cuento en mareas lejos, donde él no la puede leer.

—Así es— se dice —mis zapatos y yo no podemos alcanzarla.

Ella habló de desamor hace dos tardes. Hace una, se fue.

El mar la esperaba.

martes

La mudanza, de Claudia Masin


Hay un amor al extravío en todas las personas extraviadas,
a la larga uno levanta su casa donde resulta que ha caído: arena, agua, barro, tierra firme.

¿Pero y si resultara posible la mudanza,
si el movimiento no fuera una explosión
que de improviso transporta las moléculas de un cuerpo, de un lugar,
si el movimiento fuera desprenderse como se desprende
una gota de una rama si fuera algo así de lento, así de irreversible?